El 30 de diciembre de 2004, la corrupción, una bengala prendida y la falta de control en la noche porteña provocaron 194 muertos y 1.432 heridos en el boliche República de Cromañón. A 20 años de la masacre, la historia generó un cambio abrupto en la sociedad y en la vida de los más de 4.500 asistentes.
República Cromañón, ubicado en la calle Bartolomé Mitre al 3000, en el barrio de Once, era uno de los boliches de la Ciudad de Buenos Aires y para cerrar el año 2004 acordaron con la banda de rock Callejeros realizar tres shows. El 30 de diciembre presentarían su último disco.
Todo estaba acordado. Los integrantes de la banda se quedaban con el 70% de lo recaudado, mientras que los dueños del local con el 30%.
Callejeros concretaba la venta de entradas, mientras que los encargados del boliche de que todo estuviera en condiciones.
Aún así, la falta de control, seguridad e higiene y la corrupción hicieron del último concierto un recuerdo imborrable.
Aníbal Ibarra, intendente de la Ciudad de Buenos Aires cuando ocurriò la tragedia de Cromañón.
l 30 de diciembre, a menos de dos minutos de que haya arrancado el show, un fanático prendió una bengala y generó que una media sombra, la cual estaba prohibida al tratarse de una tela de plástico inflamable, comience a prenderse fuego de manera instantánea.
El horror se apoderó del lugar. Había más de 4.500 personas en un espacio habilitado para tan solo 1.031 debido a que estaba catalogado como local de baile clase C.
Pese a que el fuego se extinguió solo, el humo negro y denso se expandió por todo el boliche y miles de fanáticos, entre niños y adultos, trataban de escapar a la calle.
El miedo, la desesperación y los gritos eran cada vez más. Muchos de los que lograron salir volvieron a entrar para rescatar a sus amigos, familiares o tan solo ayudar. Un porcentaje de esas personas murieron.
Sin embargo, hay una de las tantas imágenes que a muchos les cuesta olvidar. Los Bomberos, después de estar 10 minutos tratando de abrir una de las puertas de emergencias bloqueadas por los organizadores, lograron destrabar uno de los accesos y los cuerpos de decenas de personas se derrumbaron.
Una imagen clara de la corrupción y del abandono. Días eternos, un Año Nuevo que no fue y una ciudad amparada por la masacre.
Las autoridades confirmaron que 194 personas murieron, la mayoría producto de inhalación de monóxido de carbono y ácido de hidrógeno, mientras que otras 1.432 resultaron heridas.
Muchos familiares, amigos y allegados tardaron horas y días en encontrar a sus conocidos, sea vivos o muertos. El caos porteño fue total.
Dentro del total de fallecidos se encuentran 17 personas que se suicidaron años después ante la desidia del Estado Nacional y la falta de ayuda para acompañar a los sobrevivientes.
Las condenas y las absoluciones:
En 2007, los jueces Marcelo Alvero, María Cecilia Maiza y Raúl Horacio Llanos condenaron a tres integrantes de la Superintendencia de Bomberos por recibir coimas por parte de dos empresarios.
En agosto de 2008, cuatro años después, solo 15 imputados llegaron al juicio oral entre ellos, Omar Chabán, encargado de República de Cromañón, y Raúl Villarreal, su mano derecha.
Allí los integrantes de Callejeros, Patricio Fontanet, Elio Delgado, Maximiliano Djerfy, Eduardo Vázquez, Christian Torrejón y Juan Alberto Carbone fueron absueltos.
Sin embargo, en abril de 2011 la Cámara de Casación revocó las absoluciones y encontró a la banda culpable de ser coorganizadores del recital, por lo que se organizó un segundo debate.
El tercer juicio sucedió en 2012 donde se sentaron en el banquillo el dueño del boliche, un comisario, ex funcionarios y el director del Servicio de Seguridad Privada Vicente Rizzo.
En el cuarto juicio fue condenado el ex inspector del gobierno porteño Roberto Calderini por haber cobrado coimas para habilitar el boliche.
Por su parte, un sobreviviente aseguró que «fue como estar en una cámara de gas». Luciano Frangi, en declaraciones radiales, advirtió que «20 años después seguimos teniendo compañeros atendiéndose, por eso me refiero a que las cenizas siguen ardiendo».
«La herida sigue abierta», sostuvo, pero dejó un mensaje para que lo sucedido sirva de experiencia para el futuro: «Hay que plantar semillas en las nuevas generaciones».